Morituri te salutant (XX): Veinte puñaladas

La primera, por la espalda. Una puñalada blanca, como tu túnica, y cobarde, como tu daga. Me cogió desprevenido. ¿Quién pensaba que tendrías valor para empuñarla? Tu daga, bajo tu túnica escondida.

La segunda, la tercera y la cuarta vinieron ya de frente. A cara descubierta. Pero fueron tan cobardes como la primera. Esperaron a verme malherido para enfrentarse a mi semblante duro y varonil.

La quinta, apenas me rozó. Aproveché para tomar aire y tramar mi resistencia. Agarré mi daga, la blandí frente a vosotros, senadores cobardes, y traté de defenderme. Pero ya era tarde. Para entonces estaba rodeado. Brazos robustos y traidores me sujetaban.

Y así llegaron la sexta, la séptima, la octava. Como gotas de lluvia sobre el camino. La novena. Intermitentes pero directas. La décima, la undécima, la duodécima. Trotan sobre mi cuerpo ya trece puñaladas, como las herraduras de un caballo. Pero todavía quedan seis más.

La decimocuarta puñalada fue mortal. Las trece anteriores solo me hirieron, pero no acabaron con mi vida. La decimocuarta me desangró.

Las cinco siguientes ni las noté. No perdí la cuenta, ni cerré los ojos. Quería ver los rostros cobardes que me apuñalaban. Pero aquellos cuchillos no me hicieron daño.

Hasta que llegó la última. Débil, temblorosa y poco profunda, la vigésima puñalada, pero desgarradora. Para entonces ya había perdido mucha sangre. Estaba casi inconsciente. Solo tuve tiempo de suspirar, ¿tú también, hijo mío?, y cerré los ojos y caí a sus pies, rendido ante un sueño, húmedo y viscoso, que se me antojaba un buen descanso después de tantas batallas.

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 Fuente de la fotografía: Laurel wreath, imagen bajo Dominio Público.

Acerca de Guillermo Gómez Muñoz

Soy profesor de Lengua Castellana y Literatura, y de Latín en el colegio Claret Askartza de Leioa.
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