Maldita filosofía, maldito Kant

Para Iñaki, por esperar a mis musas.

No pude evitarlo. Mi mujer siempre me lo dice. Guillermo, no te metas, no digas nada, que si te alteras, se te pueden romper las cuerdas vocales. Y yo siempre le hago caso. Sobre todo cuando dice Guillermo. Porque si dice Guillermo, es porque va a decirme algo serio. Algo importante. O porque está enfadada. Así que yo siempre le hago caso. El problema es que esta vez ella no estaba allí para recordármelo. Y me dejé llevar. No pude evitarlo.

Juro que bajaba simplemente a por unas cervezas. Cariño, bajo al súper. Tenemos la nevera vacía. Si viene alguien de visita este finde, no tenemos nada que ofrecerle. Ahora subo. Eso fue lo último que le dije. Y ella, vale. No te enfríes, que ya sabes cómo le sienta a tu garganta. A mi mujer le gusta mi voz dulce y atiplada. Por eso siempre se preocupa por la salud de mis cuerdas vocales y me prepara leche caliente con miel y me obliga a hacer gárgaras.

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«Pero lo juro, yo bajaba simplemente a por unas cervezas. Al súper de la esquina.»

Pero lo juro, yo bajaba simplemente a por unas cervezas. Al súper de la esquina. Un súper grande y moderno, ordenado en secciones lógicas, con productos brillantes y a buen precio. Mi mujer siempre me dice, compra solo lo de la lista, no te entretengas. Que no te deslumbren las aceitunas junto a las cajas o los bombones junto al pescado. Están allí para que piques. No te dejes engañar. Y yo siempre le hago caso, salvo algunas veces.

Todo iba según lo planeado. Porque cada vez que salgo de casa, elaboro un plan detallado. Para no perderme ni despistarme. El protocolo para mi visita al supermercado pasa por no salirse de la lista de la compra. Nunca. Siempre que dejo abierto el camino a la improvisación, hay problemas. Mi mujer lo nota en cuanto entro en casa. ¿Qué has comprado? Yo siempre disimulo como puedo. Nada, cariño. Pero no hay forma de escapar. Te noto más ronco que cuando saliste. Y nunca se equivoca. Esta vez tampoco.

Es una experta. Se fija en los detalles. Lo evidente no le interesa.

Pero lo juro, esta vez yo bajaba simplemente a por cervezas. Al súper. De la esquina. Pero es imposible no salirse de la lista de la compra cuando en la cola para pagar uno escucha tantas memeces. Kant era un mindundi, decía un hombre de larga barba blanca. Rozaba apenas los veinte. Hasta mi hermano pequeño podría desarrollar una epistemología y una metafísica tan ridículas e insulsas. Kant era un don nadie.

A su lado, una cuarentona, con aspecto intelectual y larga melena cobriza, asentía embelesada. Nunca lo había pensado, pero tienes razón, apenas murmuraba.

No pude evitar escuchar la conversación. Y eso que yo estaba concentrado en mi lista de la compra. Se necesitan cervezas. Bajo al súper. El de la esquina. Ahora subo. Pero no lo pude evitar. ¿Mindundi? ¿Ridículo? ¿Insulso? Me puse tan nervioso que metí en mi carro dos botes de aceitunas con sabor a anchoa que me miraban seductoramente desde su balda fosforescente. No lo pude evitar. Mi protocolo de compra en el supermercado comenzaba a desmoronarse.

Kant está sobrevalorado, continuó diciendo el mocoso de la larga barba impoluta. Además, es evidente que no tenía las ideas claras. Si no, a qué viene escribir dos tochos de libros para hablar sobre la razón pura y sobre la razón práctica. La razón o se tiene o no se tiene. No hay más.

Claro, claro, asentía ensimismada la filósofa pelirroja, mientras buscaba en su bolso las llaves de su apartamento. Este me lo llevo a casa, pensaba para sus adentros.

Para entonces, yo ya había arramplado con los chicles de clorofila de la balda rosa de la izquierda, con las chocolatinas derretidas junto a los chicles de mora y con las patatas con sabor a salmón ahumado que anunciaba la cajera cada vez que un cliente gastaba más de quince euros.

—En definitiva —concluía el joven filósofo de la barba puntiaguda—, Kant era un inepto.

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«No pude evitar escuchar la conversación.»

Lo juro. Lo intenté. Con todas mis fuerzas. Abrí las aceitunas y comencé a comérmelas. Lancé las patatas con sabor a salmón ahumado por el aire. Traté de centrarme en la lista de la compra. En la voz de mi mujer resonando en mi cabeza. Cariño, compra solo lo de la lista. Pero fue imposible. Inepto, mindundi, ridículo, insulso. Era demasiado.

—Disculpe, caballero —le dije—. El inepto es usted.

Su admiradora se hizo a un lado entre admirada y sorprendida, cuando me vio sacar una pistola de los pantalones. ¿Siempre lleva ahí eso?, me dijo. Y yo le respondí, muy educadamente antes de disparar: Sí, señora, siempre la llevo conmigo. Le hace cosquillas a mi bolsillo. Y a mi perro le gustaba. Murió hace diez años, sabe usted, pero me recuerda a él. Supongo.

Y disparé. Con tan buena puntería que el joven filósofo de la larga barba blanca y puntiaguda cayó empaquetado en la cinta transportadora de la caja del supermercado.

—¿Se lo envuelvo? —me preguntó la cajera.

—No nos gusta el fiambre tan fresco —contesté—. Además, no estaba en mi lista de la compra. Pero muy amable.

Pagué y me fui.

De camino a casa, el sonido de las sirenas de la policía no me impidió centrarme en el asunto que me preocupaba. Mi mujer lo notaría. Ella era muy astuta. Se enfadaría. Mucho. Pero qué podía hacer. Las cosas habían ocurrido como habían ocurrido. No había vuelta atrás.

Abrí la puerta con recelo. Mi mujer no tardó en aproximarse. Has tardado mucho. ¿Había mucha gente?

—La de siempre —contesté—. Pero son muy lentas las cajeras. Ya sabes.

Entonces, me miró disgustada. Sus ojos diminutos recorrieron mi cara asustada, mi camisa ensangrentada y mis manos temblorosas.

—Guillermo —gritó—, ¿qué has comprado? ¿solo las cervezas? ¿o algo más?

Lo juro. Yo no quería. Cuando salí de casa, yo tenía claro mi objetivo. Pero no pude evitarlo.

Lo siento, cariño, le dije. Se me fue la mano. Las aceitunas, las patatas, los chicles… se me echaron encima.

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«Sus ojos diminutos recorrieron mi cara asustada, mi camisa ensangrentada y mis manos temblorosas.»

—Ya sabía yo… Esas cuerdas vocales rotas no podían presagiar nada bueno.

Solo entonces, tras mi confesión, me miró con suma bondad.

—¿Por quién ha sido esta vez?

—Por Kant.

—Anda, deja aquí las bolsas y la pistola y ponte a hacer gárgaras. Tenemos que arreglarte esa ronquera.

No tuve tiempo ni de decir, sí, cariño. Para cuando me di cuenta, ya tenía la leche caliente con miel haciéndome cosquillas en la garganta. Y a mi mujer, entre el cariño y el disgusto, susurrándome a la oreja.

—Maldita filosofía. Un día de estos nos va a dar un disgusto.

(La idea para este cuento nace de una noticia deliciosa: «Se lían a tiros y puñetazos por Kant».)

Fuente de las fotografías:

Carros de supermercado

Oreja

Pistola

Acerca de Guillermo Gómez Muñoz

Soy profesor de Lengua Castellana y Literatura, y de Latín en el colegio Claret Askartza de Leioa.
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19 respuestas a Maldita filosofía, maldito Kant

  1. Iñaki Murua dijo:

    Prometo no discutir de Kant contigo… por si acaso 🙂

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  2. Mi cuento, para que te lo almuerces con el hamaiketako: http://t.co/7cbUoMydLI #nohasidotanlargalaespera @imurua

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  3. RT @cometa23: Profesor en apuros: Maldita filosofía, maldito Kant http://t.co/NkesK0EExo

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  4. fabián dijo:

    La próxima vez, sotonto, te coges las cervezas y te subes corriendo, sin rechistar y sin entretenerte con mindundis. ¿Me has entendido, GUILLERRRRRRRMO?
    Pues eso.
    Besito.
    Estibalitz

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  5. @crisfp86 dijo:

    RT @cometa23: Profesor en apuros: Maldita filosofía, maldito Kant http://t.co/NkesK0EExo

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  6. iñigo gomez dijo:

    Encantado de conocerte. Me ha divertido.
    Yo, como Iñaki, no tengo intención de discutir contigo y menos de Kant, pero un poco espeso si que lo recuerdo.

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  7. @lauraruitz dijo:

    RT @lamiquiz: Maldita filosofía, maldito Kant | #silenciosrecurrentes http://t.co/tirh9lxpz5

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  8. @inniguito dijo:

    RT @imurua: Ojo en el super 😀 RT @cometa23: Profesor en apuros: Maldita filosofía, maldito Kant http://t.co/lkQBp9Ib0P

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  9. Daniel Varo dijo:

    Después de esto me voy a tener que leerme de una vez «Última esperanza zombi». Genial.

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  10. «Maldita filosofía, maldito Kant» de @cometa23 http://t.co/Ue7q5EWtNE Un escritor anda suelto en medio de #twitterele. No se lo pierdan.

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  11. Totalmente inesperado, y todo por no usar la razón jeje ¡Sigue así!

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  12. Ahí va un cuentito de @cometa23 http://t.co/DvMsgAcz77 «Maldita filosofía, maldito Kant»

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  13. RT @AdrianaRepila: Ahí va un cuentito de @cometa23 http://t.co/DvMsgAcz77 «Maldita filosofía, maldito Kant»

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  14. RT @Dani_Varo: «Maldita filosofía, maldito Kant» de @cometa23 http://t.co/Ue7q5EWtNE Un escritor anda suelto en medio de #twitterele. No se…

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