Se miraron. Ya no quedaba nada de la chispa que los unió veinte años antes. Estaban más viejos y más cansados.
Sonrieron. No tenían nada que decirse. Tampoco lo necesitaban. El silencio lo llenaban con palabras robadas al televisor.
No tenían nada que contarse, pero no dejaron de mirarse y sonreír.