Morituri te salutant (XV): ¿Qué me recomienda?

Mire usted, venía para hacerle una consulta, porque realmente no sé qué hacer y necesitaba consejo de un profesional, un profesional como usted, porque aunque yo tengo estudios y en lo mío tengo un cierto nombre, porque lo tengo, que dicen que en toda la región no hay ninguno mejor que yo, pero ya sabe, yo sé de lo mío y de nada más, por eso venía a donde usted, para que me dé consejo, que ando un poco perdido, de verdad, y no quisiera tomar una mala decisión, porque hay decisiones que son irrevocables y no quisiera yo equivocarme y manchar mi buen nombre de una forma absurda y sin antes haberlo consultado debidamente con un profesional, porque mi caso es realmente extraño, como para volverse loco, cualquiera con menos aplomo que yo, ya lo estaría, pero yo no, he podido controlarme, calmarme y visitarle para contarle mi historia y pedirle consejo, porque usted es un profesional, que es lo que yo necesito. El caso es que hace cinco meses, allá por julio, vaya julio más seco, por cierto, me lo tenía que haber imaginado, ya dicen que la sequía atrae a la mala suerte, bueno, el caso es que por julio mi mujer y yo compramos una finca en una pequeña aldea, una de esas aldeas de menos de cincuenta habitantes, perdida en medio de la nada y a punto de desaparecer, una finca exuberante, fecunda, con sus árboles frutales, su riachuelo por las lindes, su fuente para el ganado y su ermita abandonada y derruida, tres paredes, las huellas de un altar y la cabeza de un santo semienterrada, ni crucifijos, ni vírgenes, ni nada, todo se lo habían llevado, todo, por eso lo vendían, el pueblo, quiero decir, o el ayuntamiento sin consultar al pueblo, vaya usted a saber, la cosa es que nosotros lo compramos, nos atraía la idea de reconstruir aquella ermita y levantar un pequeño caserío adyacente para nosotros, en aquel lugar ideal, fecundo y copioso. No se habló más, todo fue comprarlo y ponernos manos a la obra, y manos al bolsillo, porque no se piense, reconstruir una vieja ermita abandonada y derruida no es barato, todo lo contrario, es carísimo, no vea la de euros que nos hemos dejado solo en la reconstrucción, pero, entre usted y yo, cuando hay dinero y con el dinero se puede contentar a una mujer, porque el capricho era de mi mujer, ella se empeñó, pero qué más da que sea capricho o algo más serio, cuando hay dinero, no se hacen más preguntas, solo se paga y se reconstruye lo que haga falta, y si a mi mujer se le ocurre que para qué levantar un caserío junto a la ermita si podemos vivir directamente en la ermita, pues se hace, y como el ayuntamiento no puso pegas, pues se hizo, sin más dilación, en menos de cuatro meses ya la teníamos levantada, eso sí, pagando de lo lindo, porque el arquitecto necesitó contratar a personal extra para terminar el trabajo a tiempo, pero daba igual, mi mujer es mi mujer y teniendo dinero como tengo, no hay que pensárselo, se paga y punto. Pero usted se preguntará, dónde está el problema y por qué le necesitó, pues muy sencillo, el caso es que una vez terminada, preciosa como nos había quedado, la decoramos, la dejamos perfecta, al detalle, la vieja ermita abandonada y derruida era ahora un hogar maravilloso, reconstruido con el máximo respeto hacia el lugar sagrado que había sido, porque no se piense, mi mujer y yo somos muy religiosos y para nosotros vivir en un lugar sagrado no era más que el culmen de una vida entregada al trabajo y a Dios, qué mejor lugar para engendrar a nuestros hijos que allí, sí, porque nosotros nos mudamos allí para tener descendencia, es que mi mujer es más joven que yo y todavía está en edad de merecer, no se piense, que me ve a mí aquí sentado, con arrugas, calva y canas, y no se imagina a mi mujer, bueno, mejor que no se la imagine, que luego vienen los problemas, pero de eso le hablo más tarde, porque el primer problema fue la casa, o la ermita, y es que un día, cuando nos fuimos a trabajar, porque los dos trabajamos fuera de casa, mi mujer es enfermera y yo autónomo, la cosa es que un día al marchar a trabajar, los dos, ocurrió algo insólito, ocurrió mientras estábamos fuera pero hasta que volví por la tarde no tuve noticia, y vaya noticia, porque me enteré de repente, como que lo descubrí al abrir la puerta de nuestra casa, la vieja ermita, así, de repente, estaba llena de gente, turistas, gente del pueblo, pero sobre todo turistas, más de cincuenta, admirando la reconstrucción, husmeando por las habitaciones, y al frente el alcalde, que ejercía de guía, ¡de guía!, él, que no había entrado nunca, o eso creía yo, como un profesional, indicando dónde había estado el altar, dónde las estatuas de vírgenes y santos, cómo se habían planeado los trabajos de reconstrucción, él, que no tenía ni idea sobre aquella ermita, ni sobre aquella casa. Discutimos airadamente, pero eso fue después de expulsar a todos los curiosos, incluso tuve que llegar casi a las manos con alguno de ellos porque me decía que él había pagado, y yo he pagado y de aquí no me echa ni Dios, y allí se sentó, en nuestra cama, ¡en nuestra cama!, y no se movía, y al final lo tuvo que arrastrar su mujer porque si no lo mato allí mismo, en nuestra cama, pero sí, discutimos, nos llamamos de todo —el alcalde y yo, digo— nos insultamos, nos faltamos al respeto y le amenacé con demandarle. «Si nos demandas, te vamos a joder pero bien», así terminó la discusión. Lo que no imaginaba era que el alcalde usara el término joder en el sentido estricto de la palabra, por eso estoy hoy aquí, y lo que no podía sospechar era que su amenaza se materializaría con mi mujer, ¡y en nuestra cama!, con mis propios ojos lo vi, allí los dos, como animales, retozando, gimiendo, porque antes de verlos, los oí, bueno, para ser sinceros, oí a mi mujer, porque ella grita mucho, usted sabe, y más desde que hacemos el amor en nuestra nueva casa, se conoce que el aura de santidad que la rodea la excita, quién sabe, yo creo que es el incienso que tenemos siempre encendido en la puerta de entrada, se conoce que la excita, y gime más que antes, pero los vi y ellos no me vieron, o eso creo. Por eso estoy hoy aquí, porque necesito consejo legal, de un profesional, como usted, porque no sé qué hacer y no quisiera equivocarme, se me ocurren tres opciones, la primera, vender la finca y escaparme con mi mujer a otro lugar, alejado de ese alcalde, la segunda, divorciarme y escaparme también, pero solo, alejado de mi mujer, y la tercera, matar a mi mujer. Lo he estado pensando fríamente y creo que la más rentable —para mí, quiero decir— sería la última, hablando en términos económicos, claro que habría que organizarlo todo bien, porque puestos a cometer un crimen, tendría que asesinarlos a los dos, a mi mujer y a su amante, para que fuera realmente rentable, y a ser posible, en pleno acto sexual, eso sí que atraería visitas a mi vieja ermita, se llenaría de curiosos, luego no habría más que montar un pequeño museo y un restaurante, me haría de oro. Solo hay un pequeño problema, la posibilidad de terminar entre rejas, por eso estoy aquí hoy, para que me aconseje, ¿usted cree que en el juicio podríamos aducir locura transitoria?, ¿cree que así podría evitar la cárcel y dedicarme a mis negocios?

Usted, ¿qué me recomienda?

Fuente de las fotografías:

Acerca de Guillermo Gómez Muñoz

Soy profesor de Lengua Castellana y Literatura, y de Latín en el colegio Claret Askartza de Leioa.
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