Hay pasillos que nunca se acaban. Nadie sabe muy bien adónde llevan. Se intuye el horizonte, pero a cada paso ese horizonte se aleja.
Hay pasillos blancos e infinitos. Podrías pasarte toda la vida recorriéndolos, abriendo las infinitas puertas que los flanquean y, sin embargo, nunca encontrarías la salida. Solo puertas y más puertas.
Hay pasillos claustrofóbicos, estrechos. Podrías quedarte sin aire entre sus paredes, ahogarte en tu propio agobio, golpearte sistemáticamente contra sus puertas. Todas cerradas. No hay salida. Solo pasillo y más pasillo.
Hay pasillos con ecos inquietantes. El eco de la soledad y la penumbra, el eco de unos pasos que no son tus pasos, a tu espalda, el eco de lo desconocido en un pasillo que nunca se acaba, un eco que se acerca, por mucho que corras, que te espera a la vuelta de la esquina de un pasillo que nunca se acaba.
Fuente de la fotografía: Hall de Paulo Malgahães.