Para Esti,
porque fue ella quien tramó esta historia.
Se ha apagado. La tercera. No puede ser.
Primero aquella. Luego esa. Ahora esta.
¿Dónde estás? ¿Por qué tardas tanto?
La luna también se ha escondido. El paseo, desierto. Solo las farolas.
Tampoco hay coches aparcados. Ni gente. Ni gaviotas.
¿Por qué tardas tanto? ¿Adónde has ido a tirar la basura?
La radio me acompaña. He subido el volumen para no escuchar el ulular del viento, que choca contra el parabrisas del coche, con violencia, como si quisiera rasgarlo; que roza las puertas del coche, con sigilo, como si quisiera abrirlas.
Fuera, solo el viento. Y una hilera de farolas. Luz amarilla. Una hilera con tres farolas apagadas. No puede ser casualidad.
¿Adónde has ido a tirar la basura? No te veo.
Otra farola vacila, parpadea, se apaga. Una más. La cuarta.
Tengo miedo. Estoy sola. Sola con la radio, la luz interior del coche, tres farolas.
No te veo. ¿Qué ocurre?
El paseo se está quedando a oscuras. Solo quedan dos farolas encendidas. En fila, frente al coche, apuntando al coche, acercándose, amenazándolo.
El resto es sombra. Noche. Muerte. Nada.
¿Qué ocurre? ¿Qué hago?
Salir. Esa es una opción, pero fuera… Fuera no hay nada. Solo el viento. Un paseo desierto. Dos farolas encendidas. El resto, noche.
Otra farola tiembla. Su brillo se potencia. Su luz se aclara. Reluce. Devuelve la vida a la acera. Y explota, de repente. Una sola queda.
¿Qué hago? No puedo salir corriendo.
Y tú estarás al caer. Tienes que llegar enseguida. Los contenedores están cerca. No sé por qué tardas tanto. No te veo. No sé adónde habrás ido.
Nunca me ha gustado la oscuridad. Nunca me ha gustado quedarme sola en medio de la noche. Nunca. Estoy temblando.
No puedo salir corriendo. ¿Por qué tardas tanto?
La farola tiembla. Es la única encendida. El resto se han fundido, una tras otra, en orden. Se han apagado, han estallado, han sumergido el paseo en la tiniebla. Tiembla de nuevo. Se apaga. Se enciende. Se apaga. Se enciende. Explota.
La radio tirita: hay interferencias. La apago. Silencio. Incluso el viento se ha callado. Silencio y calma. La noche lo ha devorado todo. Las farolas, las aceras, el asfalto. Solo quedo yo. Solo queda el coche. Y la bombilla diminuta del interior del coche, que me mantiene con vida, que me calienta, que me alumbra, la bombilla. Pero es pequeña, diminuta, y tiene escalofríos, como los que recorren mi espalda, y tiembla y llora y calla.
¿Dónde estás?
Se ha apagado. Noche cerrada.
Fuente de la fotografía: Stop for a look de jayRaz.