Para Isabel, a quien le debo la undécima revisión de este relato.
Cada vez que recordaba cómo conocí a Laura, no podía evitar pensar en qué hubiera ocurrido si aquella mañana no hubiera perdido el tranvía. ¿Y si hubiera llegado puntual al trabajo, como cada mañana? ¿Y si el despertador no se hubiera quedado sin pilas? Quizás entonces seguiría saliendo con Julia. A estas alturas, ya no seríamos solo novios. Probablemente nos hubiéramos casado y un churumbel estaría ya a las puertas. Pero aquella mañana el despertador se quedó sin pilas, perdí el tranvía y llegué tarde al trabajo.
Claro que cuando me desvelo con estas maquinaciones suelo también pensar en qué hubiera ocurrido si aquel otro día, cuando conocí a Julia, el camarero no se hubiera tropezado y los cuatro cafés que llevaba en su bandeja no se me hubieran caído encima. Entonces no hubiera conocido a la encargada, sonrisa roja, mirada risueña, uñas mordidas. Se llamaba Julia, por supuesto, y aquella mañana además de una ronda gratis me llevé, apuntado en una servilleta, su número de teléfono.
Pero lo peor viene cuando cojo un avión. Entonces me acuerdo de Inés y su sonrisa de azafata. Inés vino antes que Julia y después de Paula. Si no hubiera tomado ese vuelo… Fue pura casualidad: Antonio se puso enfermo y me tocó a mí cubrir su puesto en aquel congreso. Seguiría con Paula de no haber sido por aquella sonrisa. Pero cerraron las puertas del avión y me dejé llevar por su sonrisa seductora.
Y Paula… Paula me ronda con el aroma del café. El café que se prepara Laura cada mañana. Porque a mí nunca me ha gustado. Pero aquel día bajé con mis compañeros de la universidad a las máquinas del café. Y pedí uno, pero la máquina se tragó mis monedas, no tenía más cambios, mis amigos tampoco y apareció ella. Paula. Yo nunca tomaba café, ella tampoco.
Entonces, en medio de la noche, con Laura dormida a mi lado, suelo carraspear, como si los recuerdos se atascaran en mi garganta. No me deja dormir tanta hipótesis, tanto mundo paralelo. Y algunas noches, cuando el insomnio me desquicia, esos mundos paralelos convergen por un instante y me veo en cada uno de ellos. Con Julia y su tripa enorme de embarazada. Con Inés y su sonrisa de azafata que reflejaba todos los países en los que había estado. Con Paula y todos esos cafés que nunca nos tomamos. Y salto de mundo en mundo, como indiscreto visitante, observando aquello a lo que renuncié sin proponérmelo.
Y carraspeo de nuevo. Siempre carraspeo dos veces. Los recuerdos a veces son difíciles de tragar. Y Laura siempre se despierta, inquieta. Se incorpora, vigilante, se acerca a mí y me observa. Pero yo me hago el dormido. Siempre. Mientras disimulo una lágrima que tiembla en cada uno de mis mundos. Con Paula, con Inés, con Julia y con Laura.
Fuente de la fotografía: Montmartre de John Althouse Cohen.
Un nuevo relato en el blog: «Y si hubiera» http://t.co/0yx7v0ew
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Profesor en apuros: Y si hubiera… http://t.co/fiiLAzx5
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Deberías revisar el relato. Le han aparecido líneas en la parte superior y ha desaparecido la arqueología 🙂 http://t.co/0yx7v0ew Gracias!!!
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