Parece que las entradas de este blog podrían comenzar siempre con la tan manida frase del «hace mucho tiempo que no escribo pero…». Y en esta ocasión, como en tantas otras, sería cierto. La culpa la tiene la segunda parte de un libro que estoy tratando de terminar antes de que finalice el verano. Sin embargo, estos días me he cruzado con unas palabras de Francisco Umbral, en su libro Las ninfas, que me han parecido magníficas por su capacidad para definir la adolescencia. De modo que, sin más preámbulos, que hable Umbral:
«El adolescente —porque nosotros éramos adolescentes— encuentra que la humanidad ha sido muy confusa, indefinida, imprecisa, indeterminada e indiferenciada hasta que ha llegado él al mundo y, sobre todo, hasta que ha llegado a esa mayoría de edad convencional y anticipada, precoz e impaciente, que es la adolescencia. No es fácil distinguir entre sí a los filósofos griegos, a los emperadores romanos, a los poetas románticos, a los pintores clásicos ni a los reyes godos. El mundo solo empieza a estar claro con uno mismo. Uno, hacia esa edad, hacia aquella edad, se siente neto, definitivo, frente a la ambigüedad fundamental de las grandes figuras históricas, de las pequeñas figuras municipales y de los parientes de la familia. Lo cual no empece —entonces decíamos «no empece»— para que uno, al mismo tiempo, se sufra y experimente a sí mismo todo el día, se soporte en forma de medusa, pulpo de indefinidos tentáculos, nebulosa versificante y tal.
No otra cosa es la adolescencia que ese estar maduro por un costado y verde por el otro, de modo que yo podía sentirme perfilado, refulgente y neto frente a los dioses de la Mitología y los generales de la Historia, que no eran más que un magma común, pero al mismo tiempo me sentía invertebrado, desvaído y tonto frente a cualquier funcionario público, visita de casa o señorita de escasos medios.»
Profesor en apuros: Definiendo al adolescente http://t.co/4CEs2bjAwm vía @cometa23
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