Me resulta difícil no convertir esta serie de entradas en una sucesión de citas del filósofo surcoreano. La lectura de este ensayo me ha impactado y, días después de haberlo terminado, no hago más que revisar los fragmentos que había subrayado, copiarlos en mi cuaderno, buscar conexiones entre sus ideas y extraer mis propias conclusiones. A ello se suma que he comenzado a leer otro de sus libros: El espíritu de la esperanza. Esta nueva lectura me permite identificar cuáles son sus temas recurrentes (esa expulsión de la diferencia, por ejemplo) y observar también cómo, pese a su análisis crítico de la sociedad, apunta hacia soluciones que alumbra, aunque sea ligeramente, el futuro.
Byung-Chul Han analiza, en el segundo capítulo, las consecuencias negativas de la globalización, precisamente como elemento homogeneizante capaz de expulsar lo distinto, lo particular de cada país, de cada región, lo otro. Han observa dos fenómenos —muy actuales— que se oponen a este violento poder de lo global: el terrorismo y el nacionalismo o reacción identitaria.
«El terrorismo es el terror del singular enfrentándose al terror de lo global.»
«El nacionalismo que hoy vuelve a despertar, la nueva derecha o el movimiento identitario son asimismo reacciones reflejas al dominio de lo global.»
Tanto la reacción violenta del terrorista como las políticas identitarias de las nuevas derechas tienen como centro de su discurso al enemigo, ya sea este el inmigrante o el oponente político. Tanto para unos como para los otros es necesaria la existencia de ese otro al que estereotipar y estigmatizar, en el que concentrar el origen de todos los males que asolan ese paraíso perdido.
«El enemigo es, aunque de forma imaginaria, un proveedor de identidad.»
Frente a estas dos reacciones, Han defiende la hospitalidad: «La hospitalidad es la máxima expresión de una razón universal que ha tomado conciencia de sí misma».
«La política de lo bello es la política de la hospitalidad. La xenofobia es odio y es fea. Es expresión de la falta de razón universal, un indicio de que la sociedad todavía se encuentra en un estado irreconciliado. El grado civilizatorio de una sociedad se puede medir justamente en función de su hospitalidad, es más, en función de su amabilidad. Reconciliación significa amabilidad.»
Tras este análisis de dos reacciones diversas contra la violencia que ejerce lo global, en el tercer capítulo Han vuelve al plano individual. Comenzó su libro subrayando la idea de que el gran mal de nuestra sociedad contemporánea es la depresión. Su análisis le lleva a comentar una de las consecuencias más visibles de estos cuadros depresivos: la falta de autoestima que deriva en autolesiones. Estos fragmentos resultan especialmente interesantes para los docentes hoy en día. No tengo datos para comparar con otros momentos —y me falta experiencia en secundaria para extraer conclusiones basadas en mi observación—, pero vivimos momentos en los que se están disparando los casos de estudiantes que se autolesionan. Han, en su búsqueda de las causas, apunta hacia una crisis general de gratificación.
«Yo no puedo producir por mí mismo el sentimiento de autoestima. En efecto, el otro me resulta imprescindible en cuanto instancia de gratificación que me ama, me encomia, me reconoce y me aprecia. (…) Para una autoestima estable me resulta imprescindible la noción de que soy importante para otros, que hay otros que me aman. (…) La conducta autolesiva (…) también viene a ser un grito demandando amor.»
Vivimos en la sociedad de la hipercomunicación —que genera ruido—, de la imagen falsa —el selfie que vende una vida maravillosa—, de la autoalienación. Todas estas causas las analiza el filósofo surcoreano en los capítulos 4, 5 y 6. Recojo algunas citas esclarecedoras relacionadas con cada uno de estos aspectos:
La hipercomunicación: «La transparencia y la hipercomunicación nos despojan de toda intimidad protectora». «Dos bocanadas de silencio podrían contener más proximidad, más lenguaje que una hipercomunicación. El silencio es lenguaje, mientras que el ruido de la comunicación no lo es».
Los selfies: «Los selfies son superficies lisas y satinadas que ocultan por breve tiempo el yo vacío. Pero si se les da la vuelta, uno se topa con reversos recubiertos de heridas y sangrantes».
El miedo: «Hoy, muchos se ven aquejados de miedos difusos: miedo a quedarse al margen, miedo a equivocarse, miedo a fallar, miedo a fracasar, miedo a no responder a las exigencias propias. Este miedo se intensifica a causa de una constante comparación con los demás».
La autoalienación: «Aquí ya no existe el otro como explotador que me fuerza a trabajar y me aliena de mí mismo. Más bien, yo me exploto a mí mismo voluntariamente creyendo que me estoy realizando. Esta es la pérfida lógica del neoliberalismo».
Todo este mosaico de ideas para explicar la epidemia actual de depresión y autolesiones quiero cerrarlo con una última cita. Es la dedicada a los conflictos. En general, la palabra conflicto carga con una connotación negativa. Todos buscamos evitar los conflictos, pasar preferiblemente de puntillas para evitar que estallen, silenciarlos antes que abordarlos en profundidad con todas sus consecuencias. Byung-Chul Han sitúa el conflicto en el centro de la construcción de las identidades personales. Sin conflicto no hay crecimiento ni maduración. Y las conductas autolesivas son una vía para evitar esos conflictos, sin abordar sus causas.
«Los conflictos no son destructivos. Muestran un aspecto constructivo. Las relaciones e identidades estables solo surgen de los conflictos. La persona crece y madura trabajando en los conflictos. Lo seductor de la conducta autolesiva es que elimina rápidamente tensiones destructivas acumuladas sin invertir en el conflicto ese trabajo que tanto tiempo requiere.»


