Hace un mes estuve viendo la fiesta de los deportes en el colegio de mis primas pequeñas. Me gusta ir todos los años, pero la verdad es que el sentido de la fiesta me parece cada año más escandaloso. Curiosamente, no sé por qué me sorprendo puesto que en mi colegio ocurría algo muy parecido.
Me sorprende cómo un día de fiesta educativa se transforma en una exaltación de la competitividad rayando el absurdo. No creo que todo juego deba ser cooperativo y que la competitividad haya que desterrarla de la educación. La competitividad es un recurso muy útil para motivar a los alumnos, pero siempre encauzada y hasta un punto.
¿Cuándo se escapa de las manos la competitividad en el ámbito educativo? Habitualmente en cuanto entran en juego los padres de los alumnos. Sirvan dos ejemplos. El primero, estas típicas fiestas escolares del deporte. Hace un mes, asistí a un momento patético, cuando los asistentes a la fiesta silbaban como energúmenos a una alumna de los cursos superiores que hacía de árbitro en un juego, tras una de sus decisiones. ¿Pero dónde se piensan que estaban? ¿En el circo romano?
La segunda, el deporte escolar, un caso escandaloso y vergonzoso, en el que el público asistente a los partidos (normalmente padres) silba e insulta al árbitro, a los jugadores o a los entrenadores, olvidando por completo que la función principal del deporte escolar es la educación en los valores positivos del deporte. Luego nos sorprendemos cuando antes de un partido profesional hay disturbios en las calles o cuando dentro de un campo se agrede al árbitro.
De aquellos polvos…
Fuente de la foto: Green Whistle