Tengo la mala costumbre de leer varios libros a la vez, especialmente cuando uno de ellos es un poco denso y su lectura es a ratitos o cuando uno de ellos está en otra lengua y, en consecuencia, me lleva más tiempo del habitual leerlo. En estos momentos, alternando con Amaren eskuak, de Karmele Jaio, y Cuerpos divinos, de Guillermo Cabrera Infante, ando leyendo La mujer de mi vida, de Buddhadeva Bose, un autor indio al que hace unos días oí comparar con Tagore. Me gustó la reseña radiofónica que hicieron de su libro en Radio Euskadi así que me lancé a comprarlo.
El libro, en realidad, son cuatro cuentos pero insertados dentro de una pequeña historia, o más que historia, dentro de una pequeña anécdota: cuatro hombres tienen que pasar la noche en una estación de tren y, para combatir el frío y el sueño, deciden contarse historias relacionadas con el amor.
Todavía no he terminado el libro, pero por el momento puedo decir que es muy recomendable, por las historias y por la prosa de su autor: dulce, ligera y poética. Y entre sus páginas me he encontrado con estas palabras que, a continuación, recojo. Los cuatro hombres ven pasar a una pareja de recién casados y su conversación se deja llevar por esa visión:
-Bueno… aquí ya somos todos mayores y no hay mujeres, así que hablar abiertamente no resultará indecente, ¿verdad?
-¿Adónde quiere ir a parar? -El gordo contratista parecía algo aprensivo.
-Lo que está diciendo -explicó el médico- es que todos hemos vivido una época similar a la que esa pareja disfruta ahora.
-Yo no -protestó el contratista, e inmediatamente sus mejillas, en las que ya asomaba la sombra de la barba, se sonrojaron en señal de indecoroso avergonzamiento.
-Usted también -dijo el escritor-, todo el mundo ha amado alguna vez. Lo que haya ocurrido luego, tanto da, es el sentimiento lo que cuenta. Y puede que también su recuerdo. Ese recuerdo que…