De momento, Fahrenheit 451 pugna con Emaús (de Alessandro Baricco, muy recomendable) para convertirse en la mejor lectura de este verano. Hace unos días le dediqué ya una entrada en mi blog para recoger un fragmento delicioso y hoy no puedo evitar dedicarle otra. Y es que este fragmento me ha recordado mucho a una canción de Silvio. Así que debajo del fragmento, va la canción.
Cuando muere, todo el mundo debe dejar algo detrás, decía el abuelo. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de modo que tu alma tenga algún sitio a donde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, que tú plantaste, tú estarás allí. «No importa lo que hagas -decía-, en tanto que cambies algo respecto a como era antes de tocarlo, convirtiéndolo en algo que sea como tú después de que separes de ellos tus manos. La diferencia entre el hombre que se limita a cortar el césped y un auténtico jardinero está en el tacto. El cortador de césped igual podría no haber estado allí, el jardinero estará allí para siempre.»