Otra vez funcionaba mal. Estaba hasta el gorro. Ella y la mitad de los vecinos. Siempre daba problemas. Cuando no se paraba entre pisos, algún botón se estropeaba. Y así, todos los días técnico para arriba y técnico para abajo. Era una sangría para sus bolsillos.
Hoy el problema era más curioso. El ascensor marcaba el piso ocho cuando estaba en el cero. El vecino que entró con ella en el ascensor bromeó nada más verlo.
– Vaya, hemos subido ocho pisos sin darnos cuenta.
Los dos rieron, las puertas interiores se cerraron y comenzaron su ascenso hasta los pisos doce y catorce. El ascensor funcionaba correctamente, confusión de piso aparte.
Cuando llegaron al segundo, el ascensor marcaba el décimo. En el cuarto, el duodécimo. Los dos se miraron jocosos. Cuando alcanzaron el octavo, el ascensor dejó de marcar los pisos. La casa tenía quince y, en su confusión existencial de altura, el ascensor debía de estar ya en el dieciséis.
– Hasta el infinito…- comenzó el vecino.
¿Y más allá? Los dos se fundieron en una carcajada. Nerviosa. Tensa.
– ¿Y si no para?
– ¿Cómo no va a parar, mujer?
– ¿Y si no tiene ni idea de en qué piso está?
Silencio. Solo se oía el ruido que generaba el ascensor al moverse. Tenían que estar ya en el doce, su piso, si no había calculado mal. Pero no paraba.
– ¿Cómo no va a parar, mujer?
Fue lo último que dijeron antes del impacto.
Brusco. Violento.
El resto,
interminable
caída.
Hasta el infinito.
Y más allá.
Fuente de la fotografía: Elevator Shaft de add1sun
Profesor en apuros: Morituri te salutant (VII) http://t.co/dlFJXIDb
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