Este libro de Sándor Márai ha sido mi último descubrimiento literario. Una novela sobre el asedio de las tropas soviéticas a Budapest durante la Segunda Guerra Mundial. Pero el libro se centra en cómo vive ese asedio Erzsébet, una mujer que mientras trata de sobrevivir busca refugio para su padre, un intelectual amenazado por los nazis.
Entre las páginas del libro, me he topado con esta cita sobre esa costumbre tan humana de la generalización. En este caso, se aplica a los judíos, pero podría extrapolarse a cualquier grupo social.
«—Ya ve —dice el hombre, indulgente, como si le divirtiera la conversación—, tal vez eso esté en la base de todo malentendido. La generalización, ése es el gran problema, la causa común de todo mal. Usted tiene las mejores intenciones, sin embargo dice: ellos, los judíos… Es la primera en creer que los judíos comparten un secreto común, un funesto espíritu de pertenencia. Pero eso no es verdad —asegura serio, casi solemne—. Hablar de los judíos es una generalización igual que decir «los cristianos». Hay judíos y hay cristianos, y la ascendencia, la religión, la forma de vida, la raza, sin duda reflejan ciertos rasgos comunes… Pero los judíos entre sí se diferencian más de lo que se asemejan. Créame…»
Liberación de Sándor Márai
Generalizamos, sin poder evitarlo. Es una de las herramientas que tenemos para enfrentarnos a un mundo diverso. Generalizamos para poder establecer categorías, para dar una sensación de continuidad a nuestra experiencia. Y en sí la generalización no es un problema si somos conscientes de que no es más que un mecanismo, una estrategia para abordar la realidad. Es en el momento en que la generalización se transforma en estereotipo y el estereotipo en verdad absoluta, cuando la generalización se vuelve contra nosotros y, en particular, contra el grupo social generalizado.