Pero si el libro ni es bueno ni es malo, si cuando acabas la última línea ya casi has olvidado cómo empezó, si no has congeniado con los protagonistas, si no te ha dejado una lágrima brillando en el lagrimal, si no ha conseguido dibujarte una sonrisa, si cuando alguien te pregunta por él contestas ni fu ni fa, si de sus cien páginas suprimirías noventa y nueve, por su indiferente parsimonia, por su indiferencia pasmosa… entonces guárdalo, no hagas el esfuerzo de olvidarlo, porque lo olvidarás, de forma natural, sin remedio, pero guárdalo, no lo quemes, por si acaso guárdalo, no vaya a ser que un buen día, pasados unos años, husmeando en tu biblioteca, lo encuentres y, dado que lo habías olvidado, lo leas como si fuera un libro nuevo y desconocido.
Entonces, pasados unos años, con menos acné y con más canas, de vuelta de todo lo que te dejaron volver, con un cansancio impuesto por los años y la nostalgia clavada en la mirada, quizás aquel libro ni bueno ni malo, se convierta en un libro imprescindible.
O quizás no…
Fuente de la fotografía: Libro desenfocado (Cometa 23 para Profesor en apuros, con licencia Creative Commons, atribución)