Ando leyendo este libro de Javier Urra: Mi hijo y las nuevas tecnologías. Estoy ahora mismo en la mitad. El libro pretende ser una guía didáctica para padres sobre las nuevas tecnologías, en particular, internet (chat, email, blogs, foros y redes sociales), el teléfono móvil, los videojuegos y la televisión. De momento, el libro está interesante. Ofrece explicaciones sencillas acerca de cada medio para padres poco tecnófilos, explicaciones a las que siguen consejos sobre su uso.
Los consejos son muy lógicos y solo echo en falta un acercamiento más positivo a las nuevas tecnologías. De todos modos, no creo que sea una culpa tanto del autor, sino del público al que se dirige (el libro está muy orientado hacia un perfil de padre con escasa relación con la tecnología). Me da la sensación de que un padre, tras leer este libro, acabará temiendo a las nuevas tecnologías más de lo que las temía al comenzar la lectura. En cualquier caso, creo que es una lectura muy interesante.
No obstante, si lo traigo hoy a colación en mi blog es por una cita que quería señalar. En realidad es una obviedad, pero no por ser algo obvio tiene por qué llevarse a la práctica a menudo. El consejo está orientado a la relación padres-hijos pero, en mi opinión, se puede aplicar a muchos otros tipos de relaciones.
«Pensemos que para que nuestros descendientes se abran a nosotros y nos cuenten sus vivencias, sorpresas, dudas, emociones, ilusiones, miedos y pensamientos debemos nosotros, y con la misma confianza y sinceridad, expresarles a ellos nuestras realidades cotidianas y nuestras sensaciones, sentimientos y reflexiones. Se trata de un camino con dos sentidos.»
Que no se nos olvide. Si queremos que alguien se abra, ya sea un hijo o un amigo, tiene que ser un camino de dos sentidos.
Estoy totalmente de acuerdo contigo. A veces infravaloramos a los hijos y les hablamos como si fueran tontos y luego pretendemos que ellos nos cuenten cosas. Yo cuando quiero enterarme de algo, primero empiezo por contar alguna cosa y ellos entran al trapo en seguida.
Un saludo
Conchi
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Conchi, gracias por tu comentario.
Yo todavía no soy aita, pero este consejo me lo aplico a muchas otras situaciones. Recuerdo especialmente una situación, con una amiga. Yo sabía algo que no me había contado, pero que quería que me contara porque sabía que lo estaba pasando mal. La mejor forma de que ella se abriera fue abrirme yo primero. Y funcionó.
¡Un abrazo!
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