Parece que últimamente la inspiración para el blog me viene por comentarios que cazo al vuelo. Este post es el resultado de uno que oí la semana pasada y que, en un primer momento, pasó desapercibido para mí. Sin embargo, entre los vericuetos y escondrijos de mi cerebro debió de quedarse agazapado el comentario esperando a su momento estelar para aparecer. Y me ha sorprendido esta mañana de camino a la universidad.
En definitiva, a lo que iba. Ayer, mientras me entretenía recogiendo todos mis bártulos para salir de clase, entraron al aula unos estudiantes jovencitos. Estudiantes universitarios nativos. Buscaban un aula vacía, supongo que para hacer algún trabajo en grupo, y encontraron la mía. Se sorprendieron al verme y recularon.
—Pasad, pasad… que se queda libre —les dije.
La estudiante que iba de avanzadilla se rio. «Por un momento he pensado que nos creía sus alumnos…», les comentó a sus compañeros. Y mientras salía del aula y ellos entraban, llegó la frase que se ha quedado oculta en mi mente:
—¡Qué raras están las mesas en esta clase!
Y hoy, de camino al trabajo, digo yo: ¿raras? Porque os hagáis una imagen de cuál era la tan extraña distribución del aula os la describiré con el menor número de palabras posible: tres o cuatro mesas se alineaban longitudinalmente hasta chocar con otras tres mesas que cortaban la línea de forma perpendicular hasta chocar, nuevamente, con otras cuatro mesas con las que formaban un ángulo recto. Es decir, simple y llanamente: en forma de U.
¿Tan extraño es para una estudiante que no tendría más de 20 años ver una clase en forma de U? Vale que las clases pequeñas y pobladas de colegios e institutos no den juego para hacer muchos movimientos de mesas. Vale que en clases de universidad con 60 u 80 estudiantes tampoco se puedan hacer virgerías. Pero, aún así, ¿tan raro le puede parecer? Fuera de ámbitos formales, si pienso en clases de idiomas en academias y euskaltegis, la única imagen que me viene son clases en forma de U o similares.
Aunque, al mismo tiempo, si pienso en mi propio centro, en la universidad en que trabajo, me vienen a la mente aulas en las que las mesas están dispuestas en filas, unas detrás de otras y (¡ojo al dato!) ancladas al suelo. Un horror del que huimos como alma que lleva el diablo en nuestro departamento.
Así que, pensándolo bien, no sé por qué me extraña tanto que a esta joven estudiante le sorprendiera la disposición de mi aula. Estaría sensible ese día…
Fuente de la fotografía: Surprise
¡Cómo te entiendo! Para mí, la clase en U en este momento es algo que echo mucho de menos. ¡Cuanto cambia la relación con los alumnos de una disposición a otra! Pero, el comentario de esos chicos al entrar en clase no me extraña nada. Porque cuando te mueves por coles de primaria -al menos en el que yo frecuento- te explican que los tienen que poner en filas de a uno porque si no trabajan juntos.
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Cambia muchísimo. La clase está abierta y es muy sencillo establecer una relación cercana por una simple cuestión de distribución física.
A mí, en cuanto me cambian las mesas y me quitan la U, me siento extraño, como fuera de lugar.
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La distribución espacial en el aula da una idea clara del tipo de proceso de enseñanza-aprendizaje planteado. En general, la distribución de espacios muestra la visión «cultural» de la organización, sea educativa o no; en definitiva, lo que se piensa y cree (al margen, en ocasiones, de lo que se diga o esté escrito)
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@Iñaki Sí, la distribución de la clase pone palabras a nuestros silencios. Saca a la luz nuestras creencias sobre el proceso de enseñanza-aprendizaje, por mucho que tratemos de enmascararlas.
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