El profesor Chirimóllez Pérez abrió la puerta del aula con solemnidad y elegancia, como debe hacerse el primer día de clase. La puerta se deslizó suave y melodiosa, como un vals, hasta que los goznes chirriaron con estruendo. Como si en medio del vals se rompiera el tacón izquierdo de la bailarina y su pareja tropezara y, seguidamente, pisara la falda de ella, dejándola en paños menores, y el director de la orquesta, deslumbrado por el cutis azuceno de la bailarina, enloqueciera marcando un ritmo frenético con su batuta, dando al traste definitivamente con el melodioso vals. Sin duda, aquella entrada gloriosa no era un buen presagio.
Alertados por semejante mi bemol, los estudiantes dirigieron la mirada hacia la puerta. De repente, el profesor Chirimóllez percibió como cuarenta y dos ojos, veintiún lentillas y dos pares de lentes lo observaban con detenimiento. Frente a él, la clase más diversa en cuanto al origen de sus alumnos que jamás hubiera tenido.
—Buenos días, señores —dijo apoyando el diccionario de la Real Academia, sobre la diminuta mesa del profesor.
Nadie contestó.
—Buenos días, señores —repitió, visiblemente molesto.
Un tímido «buenos…» —o algo parecido— fue lo único que pudo oír. Lo medio dijo una chica joven con cara de avispada y rasgos eslavos. El resto lo miraba con los ojos abiertos como platos. Estos estudiantes son un poco maleducados, pensó para sí.
—Buenos días, soy el profesor Chirimóllez Pérez y, a partir de hoy, seré su profesor de español, la excelsa a la par que magnífica lengua del manco de Lepanto.
Cogió aire. Los ojos seguían igual de abiertos. Las bocas, igual de calladas. Cogió la lista de clase.
—Respondan «presente», cuando diga su nombre.
Comenzó a leer nombres y apellidos impronunciables, los más. Nadie dijo nada. Ni presente ni ausente. O estaban todos mudos o le habían dado la lista equivocada. Daba igual. Mañana pediría otra nueva.
—Comencemos.
Y comenzó. Hablando sobre la importancia de la lengua, su origen, su historia. Nadie dijo nada. Nadie preguntó nada.
—Mañana aprenderemos el presente de indicativo.
Los ojos seguían igual de abiertos. Las bocas, igual de calladas.
Entonces, cerró sus apuntes, borró la pizarra, salió de clase y cerró la puerta del aula. A su espalda oyó a cuarenta y dos ojos, veintiún lentillas y dos pares de lentes alborotadas. Aquello parecía la Torre de Babel. No entendía nada. Se conoce que les ha impactado mi clase, pensó.
Y el profesor Chirimóllez Pérez se apresuró a refugiarse en su despacho, no sin antes acercarse a la secretaría para solicitar una nueva lista de clase y, de paso, brindarle algún piropo socarrón a las secretarias más jóvenes.
Mañana sería otro día. Otra clase sublime de lengua.
La próxima semana… Nuevas aventuras del profesor Chirimóllez Pérez: ¿Quién es Chirimóllez Pérez? ¿Cómo terminó dando clases de español?
Fuente de las fotografías:
Nace otro personaje que promete 😀
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¡Genial! Seguiremos la serie con mucho interés, como dice Iñaki, esto promete 🙂
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El profesor Chirimóllez os manda un saludo afectuoso 🙂
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Las aventuras de Chirimóllez Pérez, profesor de español: El primer día. | #silenciosnocturnos http://t.co/qQBKfmVcLV
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